domingo, 10 de febrero de 2013

Entrevista a Robin Wood: “Encuentro a la vida mucho más interesante que la ficción”


A raíz de la reedición de “Dago” en Argentina, Robin Wood fue entrevistado, por la publicación “Estilo” con fecha  domingo 20 de enero.

Por Juan Manuel Bordón 

Es el guionista de Nippur de Lagash, Dennis Martin, “Mi novia y Yo” y varias otras tiras emblemáticas de la historieta argentina. A punto de cumplir 70 años, en charla con Estilo, confiesa: "No tengo idea de dónde vienen las historias que escribo". Una leyenda viva del cómic nacional da cátedra. 

Robin Wood es lo más parecido a una leyenda viva que existe para los lectores de historietas. El guionista nacido en Paraguay ha creado, según sus propios cálculos, unas cien historietas distintas desde la década del 60 y muchas siguen sumando aventuras nuevas desde entonces. Quizás por eso, choca un poco que la primeras palabras que diga sean un aviso para que no se lo trate de usted. “Tuteame o me vas a hacer enojar, no empecemos mal” -dice el creador de Nippur de Lagash, Dennis Martin, Mi novia y Yo y varias otras tiras emblemáticas de la historieta argentina, hoy ya cerca de cumplir los 70 años”.     Los Andes lo llamó a su casa de veraneo en Encarnación, Paraguay, donde ha ido a pasar los carnavales por pedido de su esposa. “Culos y tetas, justo lo que me hace falta”, dirá en algún momento. 

La idea era charlar sobre la reedición de Dago en la Argentina pero la locuacidad de Wood desborda cualquier previsión y lleva a escucharlo hablar sobre sus viajes, sus conquistas, la muerte de Hemingway o el sentido de la vida.  Dago, la historieta que creó en 1982, no se podía leer en nuestro país desde 2001, cuando cerró la editorial que la publicaba. A principios de 2013, comic.ar (una revista de historietas que debuta como editorial) lanzó los tres fascículos iniciales de un total de doce en los que recopilarán las mejores historias publicadas en Italia por Wood y el dibujante Carlos Gómez durante la última década.

Entre las obras de Wood, Dago probablemente es la que tiene la mitología más compleja. El nombre real del personaje es César Renzi, un joven noble veneciano que al principio de la historia se ve involucrado en un complejísimo ajedrez político del que participan duques de distintas regiones de Italia y emisarios del sultán turco. En el capítulo inicial, el hombre al que Renzi creía su mejor amigo lo abandona en el mar con una daga clavada en la espalda, dándolo por muerto: cuando uno de los piratas que lo rescatan ve que lo que lleva clavado, lo bautiza medio en broma como “Dago” y lo mete entre sus esclavos. El héroe se aferrará a ese nombre aun cuando recupere su libertad y se convierta en una suerte de mercenario que cambia de amo pero mantiene la idea de la venganza como última referencia vital. 

¿Se acuerda cuál fue la primera idea o imagen que se le ocurrió al empezar a pensar en Dago?

Mi memoria es como un monstruo, siempre ha sido así; me empiezan a aparecer cosas que viví o que leí hace años, pero no sé de dónde vienen. No puedo planificar una historia. Me tengo que sentar a escribir y empiezan a pasar las cosas. Es como que de repente todo me viene, pero escribo sin plan. Cuando doy una charla siempre empiezo diciendo que voy a contestar las dos primeras preguntas antes de que me las hagan: “Sí, mi nombre real es Robin Wood, si quieren les muestro la cédula. Y no, no tengo ni idea de dónde vienen las historias”. 

¿Dónde empezó a escribir Dago?

En Venecia. Era un lugar que me parecía la ciudad de las cuchillas, los conjuros, los boticarios y las traiciones, y fue así como empecé, a partir de lo que me generaba la ciudad, pero sin planear absolutamente nada. 

¿Cuál es su historieta favorita?

Imposible, nunca hice una apurada, todas me gustan. Yo escribí todas a mi ritmo, rapidísimo, pero cuando estoy con un personaje estoy en él, me sumerjo. Nippur fue mi caballo de batalla, Dago es un éxito enorme. He creado 92 personajes y he escrito más de 50 mil guiones según algunos, aunque otros hablan de 8.500 guiones, no sé. Son todos diferentes, son hijos.

¿Y de Dago, qué es lo que más le gusta?

Su evolución, cómo pasa de ser un joven arrogante a un individuo siniestro y lleno de odio y luego otra lenta evolución hasta volver a convertirse en un ser humano; cómo va logrando desprenderse del odio, que fue su fuerza motora. Nippur, el concepto de bien y mal nunca lo perdió; siempre fue individuo filosófico que puede llegar a ser brutal, pero siempre medido. Dago, en cambio, era siempre desmedido, terriblemente desmedido, y eso me gusta.

¿Cómo es estar tanto tiempo con un personaje?

Casi todos mis personajes duran muchísimo. Amanda tiene 20 años. Joan es un jovencito, lleva unos ocho años solamente. Nippur lleva 40 años. Dago cumplió treinta hace poco y hubo festejos en Milán, San Marino y algún lugar más. Yo puedo seguir ad eternum con una serie, no se me agota, puedo seguir y seguir. “Mi novia y yo” duró como 20 años, no tengo ese problema.

Lo interesante es que a diferencia de otras historietas, le pasa el tiempo a sus personajes, cumplen años, envejecen…

Creo que mis personajes son humanos, o eso espero. No son héroes sino humanos que entran en los engranajes de la historia o las circunstancias de su vida. Igual después me dicen eso. Yo no lo pienso, creo que el personaje se escribe a sí mismo. La reacción de Dago o Nippur o Amanda ante una explosión son diferentes porque son personas diferentes.

¿Mató a algunos de sus personajes?

A alguno sí, pero generalmente se terminan las series o se me agotan los dibujantes antes. Alguno incluso bordeó la locura. No sabía quién era personaje y quién era él.

¿Con quién le pasó?

Con la serie de Dennis Martin. Uno de los dibujantes me escribió una carta diciendo que no estaba de acuerdo con lo que Dennis decía de las mujeres, que le parecía grosero y vulgar, y que no podía aceptarle eso. Yo no lo podía creer. Me hablaba de un personaje como si estuviera sentado con él a la mesa. Yo creo en la ficción pero no vivo en ella; encuentro a la vida mucho más interesante. Con Alberto Salinas me pasó algo parecido, Dago lo agotó, lo chupó, como un vampiro.

A los escritores a veces les ocurre igual. 

Claro, Hemingway en sus tres últimos libros estaba vacío, sin nada, hasta que escribió ese libro fantástico, el mejor de todos, llamado Fiesta. Habla sobre sus años de bohemia y termina con una frase que siempre uso: “Eso ocurrió en París, donde yo era muy joven, muy pobre y muy feliz”. Me parece un final excelente para alguien que, de hecho, tres años después se voló la cabeza. En Hemingway hay una progresión al drama, a la inmolación que va sintiendo en sus libros. Su pasión por los toros es una búsqueda de juventud, una búsqueda del amor, pero ya cuando no tiene con qué sustituirlos escribe ese emotivo libro, maravilloso, donde dice “Llegué al final, me voy con el más hermoso recuerdo de mi juventud, París”. ¡Hermano, eso te deja agotado! ¿Sabés lo que es sumergirte en eso?

Las casas de apuestas deberían pagar fortunas a aquél que hubiese podido vislumbrar el futuro y las andanzas de Robin Wood, un hombre que parece añorar también sus años jóvenes, pobres y felices, esa “vida de miseria de la que me vino a salvar la historieta” o, al menos, los años posteriores en los que “salí a conocer eso de lo que había leído tanto en los libros; a buscar lo que se encontraba más allá de la última colina”.

El autor más prolífico del cómic argentino nació en 1944, en un pequeña colonia socialista fundada por inmigrantes irlandeses y australianos en Paraguay. No conoció a su padre ni pasó de quinto grado, pero mamó cultura de los libros que iba encontrando y aprendió sobre los hombres recorriendo rutas polvorientas. 

En su infancia también se familiarizó con las viejas anécdotas de guerra que le contaban su abuelo y sus tíos irlandeses. Trabajó en obrajes del Chaco y en fábricas bonaerenses hasta que a mediados de los 60, una editorial porteña descubrió casi por casualidad a esa perla en el lodazal. Tenía 22 años, compartía una habitación en una pensión con otras cinco personas y había hecho llegar tres guiones a través de su amigo el dibujante Lucho Olivera, entre ellos “Historia para Lagash”, primera aventura de Nippur. 

En apenas unos meses, Robin Wood se convirtió en una fuente de historias tan excesiva que prácticamente llenaba en solitario las páginas de “El Tony”, “Fantasía” y “D’Artagnan”, las revistas de la editorial Columba. Era capaz de escribir hasta 16 guiones (cada uno de unas doce páginas) en una semana; ganaba lo que para él eran fortunas “y vivía como un dandi”, pero entonces decidió sacar un pasaje de barco, ir a recorrer el mundo y mandar sus guiones por correo.

Ha vivido en Italia, Francia, Hong Kong, Australia, Brasil, Suiza, México o Dinamarca. Asegura haber saltado un centenar de veces en paracaídas, ser cinturón negro de karate, haber completado maratones. Lo han criticado por considerar que sus historias son misóginas y por su devoción hacia la figura de los soldados, algo que a él lo sorprende. “No sé cómo alguien puede llenar páginas de libros o artículos conmigo; no sé cómo alguien puede perder el tiempo en atacara a Robin Wood, la persona más aburrida que conozco, alguien a quien yo no le daría ni cinco minutos de mi tiempo”, dice.

¿Qué recuerda de Colonia Cosme, el lugar donde nació?

Viví hasta los cinco años. Entonces eran todos australianos, irlandeses, escoceses. Me gustaba escuchar las historias, leía todos los libros que encontraba, en inglés e irlandés. A los 5 años me llevaron de ahí y volví años después a ver a mi bisabuela, que era la que me había criado de chico y se refería a mí como “the handful”, algo así como el salvaje que te ocupa las manos todo el tiempo. Ahora ahí hay una plaza que lleva mi nombre, pero ya están todos muy aclimatados, son paraguayos, aunque yo todavía tengo familia en Escocia, Irlanda, Estados Unidos y Australia.

¿Son todos viajeros los Wood?

Más que viajeros, disconformes. Eran socialistas. Habían luchado contra los ingleses, que es el otro deporte más popular de Irlanda junto con el fútbol, pero cuando viene la Segunda Guerra Mundial todos los muchachos se alistan para pelear contra los alemanes. Yo le preguntaba a él por qué diablos, si nuestra familia siempre había peleado contra los ingleses, cuando los ingleses se enfrentaban a los alemanes fueron de voluntarios: mi abuelo me dijo: “Nosotros matamos a nuestros propios enemigos”. Me pareció un razonamiento disparatado, pero eran sus verdades y nunca discutí las verdades de otro.

¿Eran de los socialistas que beben o de los que no?

Uno de los grandes fracasos de Colonia fue que fueron a fundar la Utopía, un lugar sin amos ni esclavos, pero eran hombres de letras, combatientes y lo que quieras, pero no agricultores. El líder de la colonia, William Lane, era un fanático. No va a haber alcohol, dijo, pero venían a la tierra de la caña de azúcar y no se habían sacado las botas que ya estaban destilando, querido. Tampoco iba  a haber sexo con nativos, después, porque a pesar de que eran socialistas, a su manera eran una partida de nazis. No pensaron que iban al país de las morenitas sin zapatos, con trenzas floridas, bien vistosas. ¿Qué se suponía que hagan estos hombres jóvenes? Era todo un disparate y este Lane era un fanático intolerante. Siempre hay uno así, uno que te va a enseñar a vivir como es debido. He conocido muchos. Ojalá fueran un animal en vías de extinción los intolerantes, pero se reproducen más rápido que las moscas y así está el mundo.

¿A usted le hubiera gustado estar en una guerra?

Sí, me alisté en la Guerra de los Seis días pero me rechazaron por no ser judío. Luego trabajé en un kibbutz al norte, cerca de la frontera libanesa. Me acuerdo que mandé a mi madre una carta de que estaba teniendo sexo con un sargento y luego le mandé foto del sargento: era una muchacha en shortcito.

¿Qué cree que encontró usted en la historieta?

Bueno, fue mi escapada del mundo de la miseria al principio. Luego encontré que podía canalizar todo lo que veía, descubrí que me servía como un filtro para poner gente que conocía, situaciones y lugares que veía. Le tomé gran afecto.  Ningún “horror vacuii”

¿Alguna vez se sintió seco?

Nunca, al contrario. A veces siento que no tengo tiempo para escribirlo todo. Escribo todos los días y no por obligación sino porque me gusta. También tengo muchos otros hobbies: las artes marciales, la música, la poesía. “El Romancero gitano” de García Lorca me lo aprendí de memoria cuando estaba en la selva y una lluvia paralizó todo, porque los caminos no se podían usar, así que me dediqué a caminar y aprender de memoria ese único libro que había en la casa. Lorca fue otro que llegó a la inmolación por amor a lo que hacía, porque no podía parar. Ese hombre tímido, homosexual, sabía que lo iban a matar si seguían pero decidió que no podía dejar de crear su mundo y, bueno, al final lo mataron. 

¿Cuál de sus personajes cree que se parece más a usted?

En cierto modo, el de “Mi novia y yo”. Fue una serie cómica que duró 15 años, casi, fue un éxito monstruoso en la Argentina. Era sobre un disparatado periodista joven que vive con un perro que estudia filosofía y una novia que le pregunta siempre cuándo se casan. Es el vago que por una vez triunfa. No es el pobrecito que se va tipo Chaplin por la calle helada abajo de la lluvia porque la chica se casó con otro. No, él es el rioba puro porque, ¿sabés qué? La vida es una maravilla. El tango dice que el mundo es y será una  porquería, ¡pero no! La gente es maravillosa. Ojo, no todos. Pero bueno, también sufrimos de hemorroides y no por eso nos hacemos sacar el culo. Cuando nacemos tenemos el primer gran regalo: no es oro ni incienso ni mirra, pero tenés toda una vida para vos y unos ojos que son la ventana de tu alma. El asunto es querer usarlos.

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